jueves, 21 de agosto de 2008

Persépolis



Estuve leyendo Persépolis, la edición completa, de Marjane Satrapi. Lo encontré en el apartamento en donde estoy viviendo hasta el sábado en que finalmente me mudaré con Meredith, mi nueva roommate (a un cuarto grande que me está costando 620 dólares el mes. ¡Así están las cosas en NJ!). Empecé el libro hace casi dos semanas, pero recién lo terminé hoy. He pasado mis días haciendo papeles, acercándome a las personas cautelosamente, como creo que será mi estilo en adelante, y ...bueno…la vez pasada fui a una disco, pero esa historia ya será para otro post. Cuando se es migrante –y no es que esto sea necesariamente una cruz para mí, o sea no quiero que parezca pose- uno tiene que obligarse a una rutina para no verse ensimismado en lo extraño que puede ser tener una vida en un país diferente. Es como empezar de nuevo. Aunque USA no es tan diferente de lo que imaginamos que es. O sea, mi rápida adaptación se la debo a las películas, a las marcas de ropa, a los fast food, en suma, al consumismo omnipresente también en una ciudad como Lima. Porque USA está abierto al mundo –aunque no al revés-- y la mayoría de las sociedades tercermundistas buscan parecérsele cuando se dejan convencer que la libertad es sinónimo de neoliberalismo. Al leer el libro de Satrapi uno podría caer en cuenta de su occidentalizado concepto de libertad, porque está en contra del extremismo venga de quien venga, y porque defiende el librepensamiento y el secularismo.
Pero en realidad es más complejo que eso. En el libro, la libertad tiene que ver con la duda, el constante cuestionamiento hacia la ideología estatal, hacia la irracionalidad de las costumbres impuestas, e,incluso, a la liberalidad de sus propios padres (aunque ellos, como suele pasar, siempre terminan teniendo la razón). O sea: ¿por qué las bombas, la represión, el velo en Irán? Pero también, ¿por qué la despreocupación del occidental, su falta de convicción, su discriminación? A lo largo del libro, su vida se cuenta a contrapunto de la vida pública de su país. En pleno crecimiento y por las ansias de hallarse a sí misma en medio del silencio y la prohibición, es que su familia decide dejarla ir a Europa. En las casi últimas 50 páginas, me di cuenta de que su intensa búsqueda no tiene que ver consigo misma, sino con la obligación moral de mantener vivo el legado político de su familia, lo cual se hace patente en Europa. Allí, la joven Marjane se da cuenta de su condición de paria, por su origen iraní, por el hecho de estar sola y de haber sido humillada en lo privado. Canalizar su natural rebeldía en algo provechoso, que no traicione las raíces que debía mantener con su país para no olvidarse quién es (nótese cómo el tema de la identidad cobra fuerza en contextos de violencia), la hace regresar y salir definitivamente otra vez, pero ya redimida, segura, sabiendo que, aunque su país es su casa, no puede seguir viviendo en Irán por ser una sociedad que la aliena. Libertad, aquí, termina siendo despegarse de lo que más se quiere, es decir, de la nación o, mejor dicho, de su familia que nunca migró, que pese a su disidencia ideológica mantuvo la esperanza del cambio. Pese a la partida, queda la memoria que nunca podrá alejarse de la historia de violencia. El producto de esta es una mezcla de una escritura sentida, que parece no guardarse nada, y de un modo de arte masivo como la historieta. “One can forgive but one should never forget” es lo que dice la autora en el Prólogo.

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